19 de marzo de 2014

Aspectos de la religión en la Edad del Bronce y el Hierro Antiguo en el Egeo

Los grandes poetas de la antigua Hélade influyeron en la manera en la que los griegos percibieron a sus dioses. Sus obras se configuraron como los medios que crearon la impresión de una religión griega homogénea y unificada. Los poemas homéricos sugieren que la mayoría de los aspectos de la religión griega olímpica se consolidaron en torno a 700 a.n.E., al menos en Jonia, la región en la que se compusieron los poemas. No obstante, es muy complicado saber hasta qué punto los poemas, cuando presentan un panteón aceptado de dioses, representan un conjunto ortodoxo de creencias y no un elaborado ideal poético Aunque, quizá, se trate fundamentalmente de una creación poética que oscurece la significativa y amplia variedad local, es muy probable que también fueran relativamente  fieles a la vida real en relación a la relevancia del sacrificio animal, la quema de ofrendas y la ingestión de la carne de animales, y que, en consecuencia, todo el ritual que reflejan fuera, en esencia, el mismo que el de la religión griega posterior.
En la realidad, lo que conocemos como religión griega no existió como una entidad unificada, sino en forma de muchas variantes con ciertos elementos comunes pero que, en última instancia, no dejaban de ser exclusivas de comunidades muy concretas. La religión fundada en los dioses del Olimpo únicamente empezó a dar sus primeros pasos en el Tercer Período Palacial.
La vasta presencia de depósitos de cenizas y huesos animales sugiere que el sacrificio comunal de uno o varios animales, la quema de ofrendas, así como el banquete ritual, fueron actos centrales de la actividad religiosa de muchas comunidades del Bronce y la Edad del Hierro antigua, aunque no podamos decir que constituyeran, para esas tempranas épocas, una práctica universal, como lo fueron ulteriormente. La riqueza de los ajuares, como un elemento del proceso funerario, se relacionaba también, al menos en Ática, con procesiones que acompañaban al difunto hasta el sitio de la tumba, fastuosas ceremonias en torno a la misma, así como la elaboración de grandes vasos a modo de hitos funerarios sobre la tumba de los difuntos más destacados. Todo esto sugiere que la religión pública merecía cada vez una atención mayor. No es de extrañar, en consecuencia, que en el siglo VIII a.n.E., en varios grandes yacimientos, aparezca ya evidencia de la construcción de templos[1], evidentemente destinados a impresionar, tanto por sus dimensiones como por los materiales empleados y sus elementos constitutivos.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB, Caracas



[1] El culto a las distintas divinidades lo supervisaban personas del mismo sexo que el que se atribuía a la deidad de turno.

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