1 de abril de 2016

La Vieja Europa: el ámbito pre indoeuropeo

La Europa pre-indoeuropea fue, sin dudas, un mundo complejo, multiforme, muy abigarrado, con miles de años de tradiciones, creencias y costumbres. En Europa  la agricultura llego primero a su zona centro-oriental y balcánica. Hacia el 5000 a.e.c., la agricultura tenía una larga tradición en la cuenca del Danubio, en la Grecia continental, Creta, los Balcanes y en la costa oriental de Italia. En ese ámbito se desarrolló la civilización de lo que Marija Gimbutas bautizó con el nombre de Vieja Europa, que no era en modo alguno uniforme en todas sus regiones, si bien poseía en común  rasgos característicos, ciertamente diferentes de los que posteriormente traerían consigo los indoeuropeos desde las estepas.
A principios del V milenio, la civilización de la Vieja Europa había cristalizado ya en diferentes variedades regionales. Entre ellas se pueden mencionar las culturas de Cucuteni y Lengyel, que ocuparían territorios que hoy pertenecen a Austria, Polonia, Hungria, Eslovaquia y la República Checa; Tisza y Vinca más al sur; y la que denominamos Egea en el contexto de Grecia y sus islas.
Comenzaron a formarse con prontitud núcleos urbanos. Los antiguos habitantes de Europa no escogían para ubicar sus ciudades lugares elevados o de difícil acceso, como ulteriormente hicieron los indoeuropeos. Las ciudades estaban situadas normalmente en lugares que sobresalen por la abundancia de agua y por la presencia de un suelo de óptima calidad. A veces, pequeñas empalizadas sugieren ciertas medidas de protección contra animales salvajes o forasteros errantes, pero no medidas con propósitos presuntamente bélicos. Las casas eran de dos o tres habitaciones, rectangulares, en cuyas entradas había una zona no cubierta donde cocinaban y trabajaban la piedra para confeccionar sus instrumentos.
Utilizaban el cobre (tal vez ya desde el 5500 a.e.c.) y algo más tarde el oro (desde el 4000), en la confección de instrumentos y de adornos. Nunca utilizaron, por el contrario, el bronce, ni conocieron la aleación del cobre con el arsénico, el cinc o el estaño para producirlo. Fueron hábiles artífices también en la creación de cerámicas.
Hasta la fecha, ningún indicio arqueológico hace pensar que la sociedad de la Vieja Europa conociera una división de clases entre gobernantes y gobernados o entre propietarios y trabajadores. No se han hallado palacios de mucha mayor  riqueza que las viviendas comunes, ni tampoco enterramientos que puedan ser considerados  reales o principescos. Por el contrario, lo que abunda son templos con gran acumulación de riquezas, en oro, mármol, cobre o cerámicas, que pudieran sugerir una teocracia o, tal vez, una monarquía teocrática.
La religión ocupaba, al parecer, un lugar central en aquella sociedad. Los “europeos” de entonces construían numerosos templos y lugares diversos para el culto. Cerca del Danubio, los arqueólogos han desenterrado uno de los más arcaicos templos conocidos en Europa. Incluso, otros diversos han sido excavados en los Balcanes. La capilla de Sabatinivka, del V milenio, es un notable ejemplo. Abundan en estos recintos vasos con forma humana, también en forma de pájaro y de otros animales, así como lámparas y cucharas, diferentes ornamentos para el sacerdocio femenino, cuidados peinados en las figurillas que representan a una “diosa pájaro” o a la “diosa serpiente”. La divinidad central era, en consecuencia, femenina, una Gran Madre generadora de vida, asimilada a la tierra, y que genera el fruto de la cosecha, un proceso crucial en una cultura agrícola.
Es muy verosímil que el nombre, o uno de los varios nombres de la Gran Diosa de la Vieja Europa, al menos en la zona occidental, fuera Ana o Dana, que ha subsistido como epíteto de ciertas divinidades femeninas en diferentes lugares de la Europa posterior ya indoeuropeizada, como se constata en latin, mesapio o celta. Son, asimismo, muy frecuentes las sepulturas ovales o antropomórficas, que evocan el útero o la corporalidad de la Gran Madre. Además, en la decoración proliferan imágenes de la diosa, aparte de laberintos, senos y vulvas.
Los habitantes de esta Vieja Europa practicaron la inhumación de modo generalizado. Sus pobladores eran inhumados en enterramientos someros, en pequeños hoyos de forma ovoide en los que, como mucho, se incluían escasos objetos, aparentemente de la propiedad del difunto y de su propio uso cotidiano.
Es muy factible, en consonancia con lo antedicho, que la sociedad de esta Vieja Europa fuese matriarcal, un hecho que no implicaría, sin embargo, una subordinación del hombre a la mujer. Existía, ciertamente, una especialización en las funciones y ocupaciones de hombres y mujeres; no obstante, una cierta igualdad en la estima se deja traslucir en la riqueza, bastante emparejada de los enterramientos de unos y otras.
Resulta también bastante posible que ya entonces existiera una forma de escritura. De la cultura de Vinca, sin ir más lejos, proceden varios vasos destinados al culto, figurillas y diversos otros objetos rituales, inscritos con lo que pudiera ser una escritura o proto escritura a base de signos rectilíneos, de los que hoy pueden identificarse unos cuantos, pertenecientes al período comprendido entre los milenios VI y IV a.e.c. Su naturaleza es pictográfica y su empleo exclusivamente religioso y cultual, pues contiene, según los indicios, formulas rituales y el nombre de deidades sobre objetos votivos. Se ha señalado la identidad o, al menos, la estrecha similitud entre varios de esos signos con otros de la escritura lineal A cretense.
A partir de mediado el V milenio a.e.c., y hasta 2800, aquella cultura se convirtió en el objetivo de los pastores de las estepas rusas, que la alcanzaron por mediación de  una serie de incursiones a lo largo de prácticamente dos milenios, a través de tres intensas etapas. Los vencedores indoeuropeos  impusieron su lengua, su religión, su organización social  y sus costumbres, si bien las dos estirpes terminaron por mezclarse. La indoeuropeización de la Europa centro-oriental, iniciada en el V milenio, se consolidó con las invasiones del siguiente milenio. Esta misma región se convirtió, a su vez, en un foco secundario de indoeuropeización para la Europa septentrional y occidental, ya desde principios del III milenio a.e.c.
Las culturas danubiano-centroeuropeas son, por tanto, el hogar donde cristalizó la indoeuropeidad de Europa a partir de la confluencia de dos estirpes, la de los agricultores de la Vieja Europa y aquella de los pastores “bárbaros” de las estepas. Una vez indoeuropeizada, de allí partieron, a su vez, incursiones que llevaron la indoeuropeización del continente hacia el Norte (el Báltico y Escandinavia), y hacia el Oeste, alcanzando lo que hoy es Francia, España y las Islas Británicas.
Algunos muy conocidos pueblos, en fin, como los etruscos, retos, ligures y pictos, o los léleges, pelasgos, carios, paleocretenses, iberos, vascos y tartesios, suelen ser considerados como islotes supervivientes del continente lingüístico de la Vieja Europa, que quedaría sumergido por la gran oleada indoeuropea. No obstante, es posible que algunas de estas lenguas normalmente tenidas por pre-indoeuropeas sean en realidad indoeuropeas.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR. Abril del 2016

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