13 de julio de 2017

Propaganda e ideología en el arte egipcio de la antigüedad






Imágenes (de arriba hacia abajo): barco cargado, muro de la tumba de Paheri. Necrópolis de el-Kab; el faraón Seti I luchando contra sus enemigos libios. Relieve del muro externo norte, Karnak; muro occidental de la tumba de Paheri. Arriba, a la izquierda, Paheri con Wadjmose, hijo de Tuthmés I en su regazo y; relieve de la tumba de Mereruka, VI Dinastía.

Los antiguos egipcios difundieron mensajes a una particular audiencia a través de diversos medios, que incluían textos escritos, la estatuaria o las representaciones bidimensionales. Un organizado programa de publicidad fue empleado para propagar informaciones específicas previamente seleccionadas. Los mensajes que emanaban del palacio real intentaban comunicar afirmaciones bien establecidas acerca del poder real y la lealtad debida a la corona, en tanto que aquellos de parte de individuos privados buscaban mostrar, remarcar, su elevado estatus social.
Los asuntos polémicos o ideológicos producidos por el palacio y las autobiografías privadas escritas sobre estelas o en los muros de las capillas de las tumbas contenían evidentes elementos propagandísticos. Un noble o un alto oficial podrían alardear de su cercana relación al rey, de su elocuencia y buen juicio, remarcar su carrera o promover valores éticos de su época. Las creaciones artísticas también fueron muy efectivas en la difusión de mensajes del mismo tipo. El impacto que generaría es un elemento nada sorprendente si se tiene en cuenta el aspecto altamente funcional del antiguo arte egipcio.
Entre las obras con cierto grado de accesibilidad al común de los egipcios se encontraban las estatuas regias y las representaciones en espacios abiertos, como el caso del par de estatuas colosales erigidas por Amenemhet III en el sitio de Biahmu, en El Fayum, o las célebres de Ramsés II en el frente del templo de Abu Simbel, en Nubia. Otras estatuas reales accesibles fueron aquellas que se depositaban en los patios abiertos y salas hipóstilas de los templos. Los altos oficiales, a los que se les permitía la entrada a estos recintos, podrían apreciarlas con claridad.
Las representaciones bidimensionales del rey presentadas en las entradas podrían ser vistas por cualquiera. El mejor ejemplo, probablemente es la escena usualmente esculpida en los muros exteriores de los pilonos del templo que demuestra el poder del faraón para repudiar, vencer y castigar enemigos.
Por su parte, las escenas grabadas o pintadas en las paredes de las cámaras funerarias de los oficiales y funcionarios no reales fueron similarmente accesibles. Un género de textos, conocido como “Dirigido a los Vivos”, que eran empleados para ser recitados para el beneficio del fallecido, propietario de la tumba, deja bastante claro que la gente entraba en las capillas funerarias. Los altos oficiales depositaban estatuas privadas en los patios de los templos a los que sus compañeros, a los que intentaban impresionar, podían acceder. Tales recitados o súplicas se debieron hacer, sin duda, algunas veces de modo oral pero también han sobrevivido testimonios escritos en la forma de graffiti que fueron dejados en los sitios. Complejos funerarios regios como Saqqara, Abusir o Deir el-Bahari, recibieron visitantes que dejaron sus improntas escritas durante sus estancias. Las tumbas privadas en Beni Hasan, en el Egipto medio, y  El-Kab, en el sur del Alto Egipto, también recibieron un tratamiento similar. La mayoría de las inscripciones de esos visitantes son cortas, y consisten en breves frases que reseñan las virtudes o calidades de las escenas mortuorias.
Una evidencia adicional en relación a las visitas a las capillas de las tumbas es un festival religioso llamado La Bella Fiesta del Valle, que se celebraba en Tebas durante el Reino Nuevo. Una estatua de Amón era sacada del templo de Karnak y transportada, tras cruzar el río, hasta Deir el-Bahari para rendir tributo a los cultos funerarios que allí se celebraban. Durante el festival, individuos privados también tenían la oportunidad de visitar las tumbas de sus parientes fallecidos, en donde hacían sus fiestas específicas.
A veces se constata la repetición de escenas,  lo cual es un  indicio del acceso a esas representaciones en las capillas de las tumbas y de la copia de motivos. Es el caso, entre otros muchos ejemplos, de la escena de la Pintura de las Estaciones en dos tumbas adyacentes de la Dinastía VI, la tumba de Khentira y de Mereruka en Saqqara.
Son bien conocidas las tendencias arcaizantes del denominado Renacimiento Saíta, en el que las representaciones artísticas de los períodos más antiguos fueron adaptadas y copiadas. Uno de los mejores ejemplos es la escena pintada de una tumba tebana, la de Menna (TT69), del Reino Nuevo, en la que se observa a una mujer con un niño que está tomando fruta de un árbol.
En relación a la propaganda regia se puede comentar que un gobernante no solamente debería ser mostrado conquistando enemigos y presentándolos a los santuarios locales, sino que debían también presentarse en una escala mucho mayor que la de otras figuras a su alrededor, asegurándose así el punto focal de la acción. La composición debe mostrarle manteniendo ciertos símbolos de poder (mazos, cetros, algún tipo especial de tocado).
La corte también empleó la escritura para demostrar su dominio. Los nombres de los gobernantes eran escritos dentro de un signo rectangular y vertical. En la porción superior se mostraba el nombre real, en tanto que en la inferior se representaba una elaborada facha palacial. Esta construcción estaba coronada por la figura de un halcón. Una composición detallada cuyo significado no resultaba difícil, pues se asumía que simbolizaba una historia, probablemente un mito, acerca de un celestial gobernante-halcón que vivía en un opulento palacio, y que era conocida por la población corriente. La población podría, en consecuencia conectar esta “historia”, este relato, con un líder humano cuyo nombre estaba grabado en piedra. >La fachada palacial se convirtió en un icono conocido como serej, en el que se localizaba visualmente la jefatura dentro de la jerarquía social, indicando que su poseedor vivía en circunstancias más relevantes que el resto de la gente. Otros dos nombres regios, el del trono y el de nacimiento, se escribían dentro de signos ovales (cartuchos), jeroglíficos especiales que harían obvios los nombres como indicadores de poder real, incluso para aquellos iletrados que no pudiesen identificar el gobernante específico ahí nominado.
Un símbolo real fue también la denominada escena de golpe poderoso, en la que el rey mantenía sujeto por el cabello a su enemigo caído y blandía una maza sobre él, probablemente para matarle. La escena destilaba un poderoso mensaje de que el faraón era un todopoderoso y conquistador gobernante sin oposición posible. Como los enemigos caídos solían ser extranjeros, el significado simbólico de la escena suponía que el monarca era capaz de repeler aquello que los egipcios veían como representación del caos.
La composición era ubicada de tal manera que mágicamente protegiese el suelo sacro del templo, detrás de los pilonos de la entrada. Algo notable sobre esta escena es que el faraón nunca era visto luchando en combate. Únicamente se mostraba el resultado de la batalla, con el victorioso faraón egipcio sobre algún enemigo conquistador. La victoria estaba siempre pre ordenada, con los dioses garantizando la total victoria regia.
Algunas excepciones al hecho de evitar mostrar al rey luchando se encuentran en el período ramésida. En el muro externo norte de la Sala Hipóstila en Karnak, se muestra a Seti I (Dinastía XIX) cabalgando hacia el combate en su carruaje en la fortaleza limítrofe de Tharu, cruzando Egipto hacia Palestina. Otro caso es el de la famosa  batalla en la ciudad de Kadesh, al norte de Siria, protagonizada por Ramsés II (Dinastía XX). Así mismo, los relieves de Ramsés III mostrando sus batallas contra los Pueblos del Mar se pueden encontrar sobre los muros de su templo mortuorio en Tebas. En la conclusión de las batallas se mostraba al faraón presentando a los enemigos cautivos a los dioses. Estos episodios agresivos se complementaban con otros en los muros externos de los templos, en los que se representaba al rey cazando.
El rey podía disponer de otros métodos para celebrar sus victorias. En las fronteras de su reino se erigían estelas conmemorativas que detallaban sus victorias e intenciones respecto al nuevo territorio conquistado. Algunas han sobrevivido, como la Estela de los Límites de Senwosret III, ubicada en la Segunda Catarata, en Nubia.
Otros tipo de escena diseñada por el palacio para ganarse las mentes y la pasión de la población fue la denominada escena del Nacimiento Divino, cuya iconografía reforzaba el derecho divino del faraón a gobernar usando el subterfugio de difundir escenas de un dios fecundando a la madre del gobernante, que engendraría un futuro ser divino. Las más conocidas escenas al respecto son las del templo de Hatshepsut en Deir el-Bahari y las de Amenhotep III,  que se encuentran en la Habitación del Nacimiento en el templo de Luxor.
La estatuaria fue otro medio usado por el palacio para difundir imágenes específicas acerca del faraón y sus súbditos[1]. En el Reino Antiguo la imagen ofrecida fue la de un mandatario dignificado, majestuoso, con poderes sobrehumanos y conexiones directas con lo divino. Esta imagen idealizada se mantuvo durante el Reino Medio, si bien hubo una cierta novedad. Hacia el fin de la Dinastía XII vemos algunos ejemplos de estatuas de faraones con mirada cansada, con ojos hundidos y un rictus agrio en la boca, además de unas sorprendentes largas orejas[2]. Aunque al final de dicha dinastía las caras regias se muestran cansadas y avejentadas, los cuerpos de los reyes se muestran jóvenes y musculosos.
La mirada cansina del soberano es también un reflejo iconográfico de otros elemento del programa real de esos tiempos, pues se decía que el faraón no dormía por tener muchos asuntos en mente. De este modo, el faraón tendría la máxima responsabilidad del país y no permitiría que la población sufriese ante los problemas. Es el motivo del rey que cuida, que pasa noches preocupado al respecto de sus súbditos.  Un buen ejemplo lo tenemos en la Dinastía XVIII, cuando Amenhotep III reivindicaba ser quien pasaba las noches buscando lo que era benéfico para la población.
La estatuaria real en el Reino Nuevo confirió a los faraones rasgos más delicados, con una expresión impasiva e impersonal, incluso aunque sus cuerpos fuesen más fuertes y musculosos que aquellos de sus predecesores del Reino Medio.
En lo tocante a la propaganda privada, debemos suponer que la presión social presumiblemente implicaba asegurarse que se llevaban los ropajes adecuados y se contaba con los pertrechos propios con los que mantener una gran casa repleta de sirvientes y de suministros. Esta era la manera como, con certeza, los altos oficiales deseaban ser recordados para la posteridad por parte de sus comunidades. Y estos son los asuntos con los que cubrían los muros de sus capillas funerarias, gracias a la presencia de escenas esculpidas o pintadas.
Si bien se entendía que, usualmente, la función principal de tales escenas era la de asegurar una próspera vida del Más Allá, se puede contender que la elite también usaba las representaciones para reafirmar su elevado estatus. Si las escenas agrarias mostraban sus habilidades para producir alimentos, las imágenes de pesca y de caza demostraban el modo en que disponían de su tiempo de ocio en función de su posición social.
Hubo varios modos, algunos más sutiles que otros, de indicar el estatus. El propietario de la tumba debía ser, por supuesto, el punto focal de atención. Así, como en el caso del faraón en las escenas reales, los altos oficiales eran mostrados en una mayor escala que los demás en la composición, incluyendo a los miembros de su familia. También mostraba una autoridad adicional rodeándose de un gran equipo y manteniendo un cetro.
Debían destacarse las ropas elegantes. Los ropajes elaborados se observaban en la estatuaria. Implicaban un marcado contraste en relación a los trabajadores que podrían estar alrededor del personaje de alto estatus, y que llevaban simples faldellines o se mostraban directamente desnudos. En sus pies había generalmente sandalias, a veces confeccionadas en cuero.
Otros evidentes marcadores de estatus y de riqueza eran las sofisticadas pelucas llevadas por el propietario de la tumba. Tales marcadores aparecen bien ilustrados en el registro inferior de la estela del Tesorero Jefe Iykhernofret, en cuyo monumento conmemorativo en Abydos (Dinastía XII) se cuenta su participación en el Festival Osiríaco.
Una imagen menos sutil que garantizaba la superioridad social fue la representación del método de transporte utilizado por el propietario de la tumba, en muchos casos un lujoso carruaje. En ciertas oportunidades, el propietario de la tumba se mostraba sentado sobre una silla amortiguada o palanquín, sosteniendo símbolos de autoridad. A su lado, se figuran asistentes que le siguen portando un gran abanico para mantenerle refrigerado. Un caso emblemático se puede ver en la Tumba de Djau, del Reino Antiguo (Dinastía VI).
Desde el Reino Nuevo en adelante, la elite apreció enormemente modos de transporte como el caballo y el carro. Un notable ejemplo al respecto es la tumba de Pahery en El-Kab, de la época del Tutmosis III (Dinastía XVIII). En algunos de sus muros, además, se encuentran varios subtítulos y leyendas, en forma de frases cortas cuyo efecto propagandístico es muy probable, aunque su efectividad difícil de demostrar a causa del bajo nivel literario en el antiguo Egipto. Es muy factible, no obstante, que el mismo Pahery los hubiera empleado en su propio beneficio. En el muro occidental todas estas leyendas referidas al propietario de la tumba están escritas en egipcio medio, lengua reservada para las inscripciones regias y sacras, lo cual contrasta con el discurso de los trabajadores, que aparece escrito en lengua vernácula. Para alguien que pueda leer Pahery es visto como un hombre educado y bien hablado, en tanto que sus trabajadores eran mostrados usando un dialecto común que, presumiblemente, ningún noble que se preciara emplearía en una conversación cortés. De hecho, en una inscripción laudatoria inscrita en un nicho en el muro posterior de la capilla funeraria, reivindica que nunca había hablado con palabras de clase baja.
La representación de las escenas de banquetes era un medio de promocionar la riqueza. El propietario de la tumba suele aparecer rodeado de su familia y huéspedes bien ataviados, todos ellos atendidos por un conjunto de sirvientes. La posición subordinada de estos últimos se acentuaba gracias a un determinado número de gestos de sumisión, como la inclinación o levantar las manos en señal de respeto, así como por su menor tamaño y sus ropajes más simples. Un corolario a la conspicua consumición de alimentos y bebidas era la representación del propietario de la tumba como un individuo corpulento, que indicaba su disponibilidad para comer siempre que lo desease y como marca de riqueza.
Un ejemplo al respecto lo podemos ver en la mastaba de  Mereruka, en Saqqara, del Reino Antiguo, en donde se observa al propietario, con evidente sobrepeso, y a su hermano (Ihy) sobre un pequeño bote de papiro bebiendo de una copa que le acerca un asistente mientras mantiene en una de sus manos un ave. El mensaje para los que lo viesen debió ser claro: que esta particular familia era una de esas que había que reconocer.
Estas representaciones de jóvenes prósperos contrastan, por tanto con las de los trabajadores más ordinarios, quienes eran mostrados con cuerpos menos perfectos, cabezas peladas, barba y, en ocasiones, incluso con  imperfecciones físicas. Este contraste tuvo su eco en la evidencia textual, como fue la denominada Sátira de los Oficios[3], que alude a varias ocupaciones que son comparadas, desfavorablemente, con la profesión de escriba, que marcaba a su practicante como parte de una elite letrada.
Las escenas de la vida cotidiana fueron otro modo de representar el estatus elevado. Superficialmente, la figura de un noble de pie y rodeado de su equipo, observando el trabajo realizado, parece una imagen lo bastante obvia como para ser usada en su propia capilla funeraria. El hecho de que el propietario no trabaje, y solamente observe, es un seguro indicador de un elevado estatus social. Algunos miembros de la mayoría de iletrados pudieron haber sido capaces de entender el mensaje. El refinamiento de los títulos y leyendas que llevan el verbo “mirar” ocurre en una viñeta de la mencionada tumba de Pahery en El-Kab. El propietario de la tumba únicamente observa el trabajo hecho y “ve” cada cosa que acontece.
Las escenas del propietario viendo pasivamente desde una distancia contrastan con otro popular motivo, en el que “activamente” lleva a cabo dos actividades diferentes, la de la caza en el desierto y la pesca y captura de aves en las regiones pantanosas. En estas últimas el propietario de la tumba se muestra en pleno esfuerzo. Se le representa como un joven viril que siempre tiene éxito en la captura de los animales. En ellas el elevado estatus del noble es evidente, pues se muestra emulando al faraón en su rol de mantener a Maat alejando las fuerzas del caos. Adicionalmente, las actividades de este tipo simbolizaban estatus porque únicamente la gente que había obtenido un cierto estándar de vida podía disfrutar del privilegio de llevarlas a cabo.
Un ejemplo de tales escenas se puede contemplar en la mastaba de Nekhebu, en Giza, de la Dinastía VI (Reino Antiguo). Aquí se puede observar como desde su bote de papiro Nekhebu ha capturado dos grandes peces con su arpón. En el fondo a la derecha se observan tres figuras pequeñas, en un diminuto bote, pescando. Una de ellas porta una maza con la que golpea al pez una vez capturado, otro parece dormitar y un tercero captura un pez con un anzuelo de mano, un  método que debió haber requerido una cierta habilidad y paciencia. El contraste aquí se produce entre Nekhebu, que es capaz, en esencia, de pescar por ocio, y los pescadores, que lo hacen por necesidad, como un deber profesional y como un modo de vida.
Esas particulares actividades representadas en los muros de la capilla funeraria también encuentran un reflejo en el registro escrito. Una serie de textos referidos como Los Placeres de Pescar y Cazar Aves, que datan del final de la Dinastía XII, aunque fueron preservados en papiros de la XVIII, atestiguan su popularidad.
Por otra parte, las imágenes que recuerdan el evento del complejo y elaborado ritual funerario podrían conmemorar la relevancia del propietario de la tumba para su país y la comunidad, así como para todos aquellos que las puedan contemplar.  
Los artistas que fueron encargados de crear retratos reales o de decorar los muros de un recinto funerario de un noble dispusieron de muchos métodos para elevar y reconocer el estatus de sus patrocinadores. El soberano tenía que ser mostrado como un ser único, poderoso y sin igual; un gobernante sin oposición que protege su nación. Al igual que en los casos de los individuos privados, las representaciones obvias fueron aquellas oficiales, en presencia del faraón, siendo homenajeado y alabado por su conducta perfecta y demostrando, a su vez, la generosidad de la corona. El propietario de la tumba se representaba más grande que las otras figuras, incluyendo su propia familia. Podría ser mostrado observando el trabajo realizado o recibiendo ofrendas mientras estaba sentado con su esposa ante una mesa con alimentos.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-Ugr. Julio, 2017.






[1] En las estatuas-jeroglífico, la combinación de imágenes en la composición pueden ser leídas como un mensaje específico de patrocinio del rey por parte de los dioses y de protección del reinado.
[2] Oír y escuchar fueron consideradas cualidades deseables, pues permitía disponer de buena voluntad. La cualidad de la figura de autoridad que escucha a sus súbditos alcanzó su apoteosis en la deidad conocida por el nombre griego de Mestasytmis (una denominación surgida de la expresión egipcia mesdjer sedjem, “las orejas que escuchan”). Esta divinidad del período grecorromano en Egipto se encuentra, principalmente en la región de El Fayum, un área  en la que la Dinastía XII había estado muy activa durante su época de más prestigio. Estaríamos, así, ante la imagen semiótica  del gobernante benevolente que oye y entiende a sus súbditos.
[3] Los oficios considerados “malignos” incluían carpinteros, ceramistas, trabajadores de la piedra, jardineros, cazadores de pájaros y pescadores. 

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