10 de abril de 2018

Componentes espacio-temporales de los dioses en la antigua Roma (I)


Los dioses romanos, conceptualizados como seres humanos, tenían un lugar en el mundo terrenal, en el cual se movían con bastante libertad.  En este sentido, como todas las deidades romanas podían ser invocadas, tal invocación suponía una cierta proximidad espacial al que invoca. Los dioses mayores se conceptualizaron conectados a lugares específicos, habitualmente señalados con un altar, un santuario o un templo; es decir,  a través de formas arquitectónicas. Como en el caso de los griegos, los dioses romanos vivían en el mundo en un contexto civil, interactuando con los seres humanos.
El conjunto de dioses funcionales, conceptualizados sobre la fase de sus funciones, raramente recibieron un reconocimiento oficial en la topografía urbana (foco espacial), ni tampoco en el calendario (focalización temporal). No fueron, asimismo, caracterizados por rituales particulares o por una específica iconografía. Algo semejante ocurrió con las deidades antiguas, mantenidas vivas gracias a la tradición de los pontífices, como fue el caso de Falacer.
Sin embargo, en ocasiones, la esfera de competencias de una determinada divinidad pudo haber determinado la elección de una localización concreta. Un ejemplo destacado es la ubicación fuera del pomerium de los dioses de la salud, como el caso de Apolo, en el Campo de Marte o Esculapio en la isla del Tíber, un hecho que pudo haber sido interpretado como un intento de alejar de la antigua ciudad las enfermedades, asociadas con tales dioses. Ambos dioses vinculados con los aspectos curativos fueron situados no solamente al margen del pomerium, sino próximos entre sí.
Por otra parte, la estatua de culto de un dios específico, es decir, el foco iconográfico de un culto particular, se vinculaba también de modo directo con el foco espacial de tal deidad.   
El más relevante dios de la vida pública romana  con el paso del tiempo fue, sin duda, Júpiter. Al ser conceptualizada la forma divina se hizo vinculándola localmente a un número de lugares de la ciudad. El foco especial más destacado del culto del dios fue el área del templo sobre el Capitolio, una zona alrededor de la cual surgió un centro económico y político hacia el siglo VII a.e.c. Como no podía ser de otra manera, la deidad que encarnase la idea de esta estructura urbana centralizada tenía que ser colocada en su centro.
La tríada capitolina también acabaría siendo instalada en el Quirinal (Capitolium Vetus), un hecho que fue dictado por las condiciones políticas. Del mismo modo, dobles del templo Capitolino de Iuppiter Optimus Maximus fueron establecidos en los lugares de mercado de las colonias romanas. La ubicación en el centro político de las ciudades era, evidentemente, un mecanismo de propaganda política.
El espacio también fue un concepto constituyente de los dioses no oficiales y sus cultos, como ocurrió en el caso de Baco a principios del siglo II a.e.c. La colina del Aventino fue la que se conectó de modo particular con el culto del dios, tal vez originalmente como un vástago no oficial del culto de Liber, quien fue adorada como parte de la tríada del Aventino desde, por lo menos, los inicios del siglo V a.e.c. Además, fue en la vecindad del Aventino y, por lo tanto, allende el pomerium, en donde se estableció  la cueva de Stimula (Semele), con un santuario (sacrarium) dedicado a ella, a su hijo o, incluso, a ambos.  El culto de Semele sería concebido como el otro, el “lado oscuro” de la tríada del Aventino.
Las deidades importadas por Roma siguieron el mismo patrón de los dioses tradicionales. La mayoría fueron asociadas a áreas especialmente establecidas. Así, por ejemplo, el primer foco especial del culto de la Isis egipcia fue situado en la colina Capitolina. De hecho, la evidencia epigráfica, que data de la mitad del siglo I a.e.c., atestigua la existencia de sacerdotes se Isis Capitolina.  
En lo tocante a la adoración imperial, existen diferencias relevantes. La aparición de la figura del emperador en varios establecimientos espaciales fue modelada a partir de esa de los dioses tradicionales. Mientras el emperador vivía existía una focalización indirecta de su divinidad, verificada en la ausencia de templos, pero al morir, se erigía un templo en su nombre.  Una focalización espacial indirecta puede ilustrarse en la adoración de Augusto en los cruces de caminos. Hacia el 7 a.e.c. Augusto reorganizó el mapa administrativo de Roma, dividiéndola en cuatro regiones y doscientas sesenta y cinco distritos residenciales (vici). En cada uno de estos el emperador estableció uno o varios santuarios (compita), en los que los Lares de la casa imperial, los Lares Augusti, eran adorados y reverenciados.  A hacer esto Augusto modificó el antiguo culto de los Lares Compitales, tradicionalmente adorados en los cruces de caminos, y que tenían su propio festival, los Lararia o Compitalia.  
En virtud de la presencia de numerosos distritos y de que en cada uno pudiera erigirse más de un simple santuario, muy probablemente, los Lares de Augusto estuvieron presentes, desde ese momento en adelante,  en el nuevo contexto divino a lo largo y ancho de Roma. Sin embargo, paulatinamente, Augusto y sus sucesores, aunque siguieron siendo afables con tal asimilación, fueron inclinándose hacia una identificación directa con lo divino en Roma durante su tiempo de vida. En este orden de cosas, Augusto dedicó un templo a Apolo en las cercanías de su residencia en el Palatino en 28 a.e.c., una localización que conducía, de modo automático, a la asimilación conceptual del princeps al dios que había elegido como deidad tutelar.
No resulta extraño que el templo operase como un punto focal de la propaganda augústea, tanto culturalmente, con una biblioteca de autores grecorromanos vinculada a él, y políticamente, con las reuniones senatoriales allí celebradas, como religiosamente, con los Libros Sibilinos guardados en su interior. Vívía, por consiguiente, cerca de su deidad tutelar, llevando a cabo un proceso de asimilación más que de identificación (al contrario de lo que había ocurrido con César aun durante su vida).
Después de su fallecimiento, fue honrado con la erección de dos santuarios mayores en Roma. Le fue consagrado un sacrarium en el Palatino en los años treinta de la primera centuria de nuestra era, más tarde transformado en templo en época de Claudio. A ello hay que sumarle el templo del Divus Augustus, aprobado por el Senado en el año 14 a partir del precedente del del Divus Iulius, e inaugurado en el 37 bajo el mandato de Calígula.
Una vez que un lugar se consagraba a una divinidad normalmente permanecía en su posesión de manera exclusiva. Sin embargo, existieron excepciones. En los inicios de la República, no obstante, los marcos espaciales de los dioses no fueron siempre irrevocablemente fijados. Un foco espacial preexistente podría ser “limpiado” de una divinidad, que sería relegada a otro sitio (exauguratio). Un ejemplo sintomático ocurrió cuando el templo Capitolino fue construido, pues un buen número de dioses fue relegado. Aun así, Iuventus, Terminus (algunas fuentes hablan también de Marte y, quizá, Summanus, resistieron y fueron integrados en el nuevo santuario de Júpiter.
En ciertas condiciones, un dios podría traspasar su territorio consagrado a otro. Esto ocurrió, por ejemplo, con la construcción del Templo B (de la Fortuna huiusce diei), erigido al final del siglo II a.e.c. en la misma área del Templo C (de Iuturna), levantado a mediados del siglo anterior, en la región sacra del Largo Argentina. Por otra parte, Cneo Flavio dedicó un templo de la Concordia in area Vulcani, a fines del siglo IV a.e.c.
Incluso era posible una completa abolición de un foco especial, aunque era muy raro, salvo que el culto fuera oficialmente abolido, como fue el caso concreto de las Bacchanalia. Cicerón llegó a ver la demolición del santuario de Libertas en 57 a.e.c. El edificio había sido erigido en recintos privados por Clodio el año anterior y, además, se había consagrado violando una lay pontifical. El templo de Pietas, dedicado a la diosa personificada al comienzo del siglo II a.e.c. fue derruido cuando en 44 a.e.c. un teatro (luego el Teatro de Marcelo), fue erigido en el, mismo lugar. En cualquier caso, la gran mayoría de los lugares espaciales de los cultos romanos fueron innegablemente estables y relativamente exclusivos, lo que implica que hay una interacción entre el marco funcional y el foco espacial.
Pueden distinguirse tres categorías en relación a las deidades romanas y sus ámbitos espaciales. En primer lugar, dioses con lugares funcionales vinculados pero adorados en distintos santuarios; en segundo término, deidades con lugares funcionales asociados pero adorados en distintas cella dentro del mismo santuario o (pasando por encima de la disciplina augural), en la misma cella pero en la forma de diferentes estatuas cultuales; en tercer lugar, dioses con lugares funcionales vinculados que emergieron de tal modo que fueron adorados como una simple deidad en la forma de una simple estatua cultual más que como distintas deidades.
En relación a la primera categoría  se puede citar el santuario de Carmenta, diosa de la fertilidad y el nacimiento, que estuvo situado en la proximidad del templo de Mater Matuta, deidad de las matronas. Ambas edificaciones se encontraban localizadas a los pies del Capitolio, y es muy probable que los dos templos se complementasen uno al otro en términos rituales.
En lo tocante a la segunda categoría, dioses diferentes con focos funcionales asociados pero guarecidos en la misma cella o templo, se pueden hallar muchos más ejemplos. En estos casos, la relación funcional a menudo se expresa a través de vínculos ficticios de parentesco divino, adoptados y modelados a partir de conceptos griegos. Un caso paradigmático es el de la Tríada Capitolina. La combinación Júpiter-Juno estuvo influenciada por las focalizaciones funcionales de la pareja griega Zeus-Hera. Minerva, por su parte, la Atenea Polias, hija de Júpiter y protectora (según el mito griego) de las ciudades, se une a este grupo de dioses tutelares por parentesco[1]. La tríada, por lo tanto, estuvo motivada por la interacción de los focos funcionales de los dioses helenos.
Un episodio especial de grupos divinos fundamentados en la complementariedad de los focos funcionales, y cuyas estatuas cultuales se reunieron cerca unas de otras, fue el de aquellas deidades acompañadas por las denominadas consortes divinas. Hubo una complementariedad expresada a través de vínculos sexuales, subsumida, en ocasiones, bajo el culto de una deidad auxiliar del sexo contrario, que era, normalmente, adorada como “consorte”.
No fue inusual que tales consortes acabasen adquiriendo una considerable independencia con el paso del tiempo. Un ejemplo destacado fue el de Sarapis, cuya popularidad se incrementó tras el ascenso de su más famosa contrapartida femenina, Isis, en el siglo I, de la que llegó a ser su pareja consolidada desde el siglo II en adelante.  Algo semejante aconteció con Atis, consorte de la Magna Mater, cuyo culto unido data del período republicano, si bien se hizo célebre a partir de la primera centuria en adelante.
Otro caso peculiar de la influencia de la complementariedad funcional fue la conceptualización espacial unida de los emperadores divinizados.  Hasta el final del siglo II, la divinidad del emperador fallecido se señalaba por un templo, pero cuando el número de Divi se incrementó y el espacio urbano disponible disminuyó drásticamente, hubo necesidad de restringir el número de lugares del culto imperial. En consecuencia, las estatuas de culto de los Divi fueron cada vez más asiduamente localizadas en lugares varios templa, aedes, porticus, de anteriores emperadores divinizados, como los del Divus Augustus en el Palatino o el Divus Titus en el Campo de Marte.
Acerca de la tercera categoría, que supone el surgimiento de focos espaciales, conceptuales y funcionales de dos deidades, se puede destacar el caso de Semo Sancus Dius Fidius. El último es un nombre divino compuesto que representaba originalmente dos deidades independientes Semo Sancus y Dius Fidius (a veces como Deus en algunas inscripciones). Un templo sobre el Quirinal fue inicialmente dedicado a Dius Fidius al principio del siglo V a.e.c. Fue construido por Tarquinio el Soberbio, y consagrado por Espurio Postumio en 466 a.e.c.  La transferencia de Sancus desde el territorio de los Sabinos hasta Roma se asoció, tradicionalmente, al célebre rey sabino Tito Tacio.
Otro caso de asimilación divina análoga pudo haber sido el de  Iuppiter Feretrius. Si ese fue el caso, sería un paralelo también del Iuppiter Summanus.
Las sinagogas de atestiguan en Roma al menos desde el siglo I. No obstante, el foco especial del culto judío era el templo de Jerusalén, con su ritualidad propia. Pero cuando el templo fue destruido por los romanos en 70, muchas de sus funciones y liturgia fueron transferidas a las sinagogas en  la diáspora. La adoración del dios judío llegó a ser, en consecuencia,  focalizado no en el espacio sino en el ritual. Como resultado de tal desfocalización espacial del culto del dios judío se produjo una estandarización de la liturgia sinagogal.
Con la destrucción del templo en Jerusalén también el culto cristiano perdería su foco espacial. Minucio Félix  y Justino, comentan al respecto que, en todo caso, un edificio no puede contener a Dios, y que  no puede estar constreñido por un lugar en concreto. El cristianismo romano fue, entonces, deliberadamente elusivo en términos de espacio. Esto hizo al culto cristiano virtualmente inmune a cualquier tipo de interferencia y, a la vez, propició su flexibilidad, pudiendo ser difundido sin invertir grandes capitales. Tal vez  la única posible excepción haya sido la tumba de Pedro, bajo la basílica que lleva su nombre, y en donde es probable que hubiera habido algún tipo de veneración durante el siglo II.
El dios cristiano fue, en sus inicios, adorado en establecimientos exclusivamente privados, en lugares temporalmente empleados para llevar a cabo determinadas observancias religiosas, como pudieron ser edificaciones para varias finalidades e, incluso, cementerios. Los primeros ejemplos de edificaciones diseñadas para un uso religioso permanente se datan a mediados del siglo III, y no se ubicaron en Roma, sino en la zona oriental del imperio, como los conocidos casos de Dura Europos o Edesa. 
La espacialización sistemática del cristianismo fue inventada por el emperador Constantino, quien adoptó la práctica pagana de atribuir un espacio específico al concepto divino, aplicándolo al nuevo dios, y no únicamente por cuestiones de piedad popular. De hecho, la primera iglesia oficial romana fue la Basilica Constantiniana, de comienzos del siglo IV. Además de la creación de un espacio urbano especifico para el nuevo culto, Constantino estableció una nueva tipología arquitectónica como marca del espacio, la basílica. Comenzaba de esta manera la espacialización a gran escala del dios cristiano.
El cristianismo ha sido conceptualmente hablando, al menos en el principio, indiferente al espacio, debido al monoteísmo y a la falta de recursos económicos. No era deseable, ni lógico, que una presencia y un poder universal de un único dios tuviesen una única y específica unidad espacial para su adoración.
En definitiva, el paganismo se caracterizó por una regular atribución de un espacio concreto a las entidades divinas. En términos de formas arquitectónicas, tal espacio no difería en esencia, de una deidad a otra (salvando casos singulares, como el de las cavernas de Mitra). Los constituyentes habituales del espacio divino eran un altar y un templo, además de accesorios secundarios asociados a la naturaleza del dios individual, como la estatua cultual y su específica iconografía, o los hogares de los templos dedicados a Vesta. El mecanismo normal de expresión de la gradación de relevancia dentro de la jerarquía de varias divinidades no era la forma de la arquitectura, sino el tamaño de la edificación, el material usado en la construcción o la ejecución técnica de los marcadores espaciales.

Prof. Dr. Julio López Saco
UCV-UCAB. FEIAP-UGR, abril, 2018


[1] De acuerdo a la Disciplina Etrusca, para que las ciudades pudiesen ser legalmente fundadas (iustas urbes) debían poseer tres calles, tres puertas y tres templos.  En cualquier caso, tal proyección de condiciones no es segura. La Tríada es mencionada, asimismo, por Pausanias (X, 5,2) en un santuario provincial en Focis.

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